Como ya lo dijimos en otro momento, el organismo humano puede mirarse como un microuniverso cerrado, pero nuestro cuerpo es continuamente influenciado por el macroentorno que lo rodea, lo cual puede interferir con el equilibrio. Es pues, un organismo hecho de un material inestable, muy sensitivo para el más pequeño estímulo del exterior. Para poder vivir, requiere de estar continuamente en interacción con su entorno, haciendo ajustes de inmediato de manera continua, amplificando o inhibiendo los estímulos externos. En ambas direcciones, el cuerpo y su entorno exterior son un sistema de intercambio complejo, en constante transformación.
Así, por ejemplo, un pequeño estímulo exterior, genera una respuesta de nuestro sistema nervioso provocando una serie de cambios bioquímicos, eléctricos y físicos que se manifiestan por un impulso que corre a lo largo de los nervios, generando una contracción muscular orquestada para mover una parte de nuestro cuerpo, de manera modulada y conveniente para cumplir el propósito de protegernos o realizar una tarea.
Aunque siempre está buscando la armonía, nuestro cuerpo, es alterado continuamente por el medio ambiente, por lo que constantemente trabaja tratando de corregir estas alteraciones y recuperar el equilibrio.
Este es el sutil balance de la salud y el delgado hilo de la vida.
¿Pero qué pasaría, si el estímulo dañino del mundo exterior, es demasiado intenso que sobrepasará la capacidad de respuesta de nuestro organismo? ¿O si la respuesta a estos retos que le presenta el medio ambiente se retrasaran o no existieran, o estuvieran alterados?